El argumento es muy simple, quizás demasiado dirían algunos. El protagonista, Titus, capitán de 2ª Compañía de Ultramarines, aterriza en el Mundo-Forja Graia con la misión de detener a toda costa a una horda de Orkos que amenaza con robar un prototipo especial de Titán, una gigantesca plataforma de combate andante que el Imperium utiliza en las guerras a gran escala. Como se veía venir, los Orkos no han llegado a Graia por casualidad y han sido manipulados por una fuerza en la sombra -fácil de prever para los que conozcan cómo funciona este universo-. El argumento no deja mucho lugar para florituras ni complejidades: Titus y su compañía son los buenos, los otros son los malos y hay que destruirlos sin ambajes. El protagonista hace de modelo perfecto para lo que debe de ser un Ultramarine, un soldado perfecto, poderoso, entregado a la causa del Dios Emperador y que sigue el Codex Astartes hasta la última coma. Todos esos elementos hacen que a Titus o a sus compañeros les falte algo de chispa para hacerse memorables y que la historia sea simplemente un adorno con el que justificar la acción.
Pero la acción es fantástica. El mayor logro de Relic con este juego es seguramente recrear el efecto que debe de tener uno de estos semi-dioses de la guerra en el campo de batalla. Con su armadura de combate y enfrentados a hordas de enemigos feroces pero pobremente protegidos, la sensación de jugar a Space Marine es la de estar manejando un tanque furioso en medio de una nube de soldados de infantería. El estudio canadiesne ha sabido además cuidar sus animaciones y sistemas físicos para ofrecer una sensación adecuada a las acciones del protagonista, que es rápido, pero además enormemente pesado, lo que se manifiesta en la fuerza de sus golpes. Cuando Titus golpea el suelo para crear ondas de choque a su alrededor, no es simplemente una animación, sino todo un mini-apocalipsis que manda por los aires a cualquier Orko que tenga la desgracia de estar acerca.